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Lengua, liturgia y libertad - Entrevista con Ricardo Mur Saura

Escrito originalmente en la semana santa de 2019

Ploraba mientras dormiba, pensando en a Balle Tena, de bier as presas tan plenas y ras casas
tan bazibas
(Diccionario Panticuto)

“En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo”, y toda la plaza se santigua al unísono. Los niños pequeños, ya con el chute de azúcar del Domingo de Ramos, parten con una sonrisa el ambiente sombrío que sigue a las palabras del mosén. Parece más tarde que las doce del mediodía. Los asistentes –unos doscientos a ojo- van con gafas de sol, pero con chubasquero de por si acaso.

“Comenzamos este domingo recordando la gloriosa entrada de Jesús en Jerusalén”, continúa
con el micrófono, hablando rápido. La ceremonia en la plaza no dura mucho, la misa en sí se celebrará en la iglesia del Salvador, que está en la parte alta del pueblo y es a donde se dirige la procesión. Antes de empezar a hablar, ha dado un paseo por la plaza saludando a los que han llegado puntuales. Entre ellos Biescas Tambores y Bombos, que agrupa a gente de entre siete u ocho años hasta pasados los cuarenta, todos vestidos de rojo y blanco –el cura avisa de que serán ellos quienes marquen el ritmo de la procesión camino a la iglesia.

“Yo he querido ser cura desde siempre, desde que tengo uso de razón. Me nació como algo natural. Yo me eduqué con los escolapios y eso fue donde maduró mi vocación” dice Ricardo Mur Saura, sentado en su oficina. La oficina está llena de decoraciones en las paredes incluyendo un crucifijo, varias estanterías de libros, mapas antiguos del norte de Huesca y un cuadro de Santa Elena dedicado del pueblo de Biescas a su párroco

“No es que haya cambiado el pueblo de Biescas. Es parte de un cambio de la sociedad en general: hoy en día la sociedad es muy plural, muy diversa y, afortunadamente, a nadie se le obliga a nada –ni en lo religioso, ni en lo social ni en lo político”, dice dando golpes ligeros en la mesa. “Antes, como formaba más parte del ambiente, parece que había una mayor participación. Hoy día es verdad que se descuelga más la gente o que puede parecer algo de la gente mayor…pero es que eso está dentro de la libertad de cada uno”. Piensa que el proceso de la secularización es natural de la sociedad: “es una evolución natural de nuestro tiempo. Es así, la secularización no es mala. No me gusta que el hombre occidental le dé la espalda a Dios, pero es que lo más importante del mundo es la libertad”, insiste “es el mayor don que Dios nos ha dado. Puedes pensar como quieras y tomar la decisión de seguir su camino o no tomarla. Eso es muy importante”.

Del que no toma esa decisión, dice que se pierde “muchas cosas, el hombre autosuficiente piensa que lo sabe todo y que no necesita a nadie, pero no es así. Se necesitan muchas cosas en la vida, lo primero es tener una referencia trascendente, algo que nos comprometa con nuestra vida, tanto personal como social”. Ricardo piensa que esta situación no tiene vuelta atrás, por lo menos “para la sociedad como conjunto, no creo. Pero para las personas, a nivel individual, sí que pienso que puede ser reversible”. En la plaza un hombre coge una bandera roja enorme –con un mástil de unos cuatro metros y un trapo de fácilmente tres por tres. Empieza a ondearla con cara seria, correspondida por sus vecinos. “Qué miedo me da eso, de verdad” dice una mujer, rompiendo el silencio. Llega un relevo que coge la bandera y más tarde llega un tercero. Después de esto, y con la orden de seguir el ritmo de los tambores, el público se pone en marcha. Va lento: los tambores se han dado cuenta de la cantidad de octogenarios que forman parte de la procesión que inaugura la semana santa. La gente anda detrás de Mosén Ricardo que, con una casulla roja en sus espaldas anchas, destaca entre la multitud.

“Mira, aquí tienes a San José de Calasanz”, dice cogiendo una estatuilla de su escritorio. San José de Calasanz, también oscense, fue el fundador de los escolapios en el siglo XVII y hoy en día se le celebra como patrón de los profesores: “era maestro y cura, las dos cosas van juntas; unidas inseparablemente: yo soy tan profesor como cura y tan cura como profesor”. Da clases de religión de ESO en Biescas y enseña a nivel universitario en la Escuela de Teología y en el Seminario de Huesca. Su propia educación fue larga: “en la escuela y en el bachiller era un estudiante normal y corriente –las matemáticas nunca me han gustado y entonces tenía ahí mí propio caballo de batalla”, ríe y añade “empecé a destacar un poco en la universidad. Yo empecé a estudiar Magisterio de Ciencias Humanas y tengo habilitación de maestro también en música y francés. También tengo la carrera eclesiástica, que son seis años de filosofía y teología que compaginé con magisterio. Cuando terminé hice también geografía e historia”, un total de catorce años de estudios que financió trabajando de profesor en los Escolapios de Jaca. “Nada más terminar los estudios eclesiásticos me dijeron: ‘¡a Jaca!’. Me podían haber mandado a otro sitio, pero para mí fue al sitio de mis sueños”.

Destaca que lo suyo, a la hora de escribir, es “la historia y la cultura o la antropología de aquí, de la montaña”. La mayor parte de su producción literaria le da la razón, ha publicado un enorme número de libros y artículos sobre estos temas. Abarcan una gran diversidad de contenidos, a menudo vinculados con la religión y la orden escolapia (“275 años de presencia escolapia en Jaca” (Zaragoza, 2010)); aunque también con la vida en el monte como “O mundo de ro ninón y de ro mesache fa belas añadas en Pandicosa” escrito en aragonés panticuto, un idioma que aprendió y estudió desde su juventud. Mur nació en Zaragoza en 1961, pero sus raíces familiares lo llevaban todos los veranos a Panticosa –quince kilómetros más arriba que Biescas, en pleno Pirineo del Valle de Tena. “Siempre he pasado las vacaciones, de estudiante y después, en el Valle –de toda la vida. Me he quedado aquí profesionalmente porque quería. Me podría haber ido a cualquier lado, pero yo quiero estar aquí”.

Vive en Biescas, pero su trabajo de cura abarca un número de pueblos más pequeños: “desde Oliván por el sur, hasta Piedrafita y Hoz de Jaca por el norte”. Son pueblos pequeños, pero en todos vive gente y es necesario el servicio. Sin embargo, el trabajo de Ricardo no se limita sólo a lugares con vecinos permanentes: “hacemos una fiesta en septiembre con los pueblos estos de Sobrepuerto  a la que todos los años vienen igual doscientas personas”. El Sobrepuerto es una pequeña zona de pueblos de montaña al este de Biescas que en los últimos años ha sufrido uno de los mayores terrores de los pueblos aragoneses: la despoblación prácticamente total. Uno de sus pueblos, Ainielle, fue protagonista de la obra La lluvia amarilla de Julio Llamazares, que trató este mismo tema. El Embalse de Búbal, construido en 1971, también llevó a la expropiación de varios pueblos y sus habitantes tuvieron que marchar cuando se construyó la presa. “Los pueblos deshabitados no están abandonados”, sentencia: “hay movimiento, la gente sigue yendo y nosotros los juntamos aunque sea una vez al año. Es algo realmente bonito y gratificante”. También ha participado en tareas de reconstrucción en pueblos como Susín y espera con ansia la (re)inauguración de la iglesia de Polituara –uno de los pueblos expropiados para construir el embalse.

“Ricardo es un sabio, ha escrito un montón de libros y así” dice Eduardo, de 22 años, que lidera la procesión de los tambores. “Para esto habremos ensayado como diez veces, se hace pesado porque la verdad es que cada vez viene menos gente y algunos de los niños son muy pequeños. Lo bueno que ahora nos invitan a comer”, dice, riendo al final. Una señora dice que Ricardo es parte del pueblo “no sé, lleva un montón de años aquí. Yo no lo cambiaría nunca, la verdad”. La procesión llega a una cuesta empinada donde los bombos hacen que reboten ligeramente las alcantarillas. La cuesta se hace un poco demasiado para una señora mayor, que se tropieza y va al suelo. La gente se acerca rápidamente para ayudarle, pero sólo tiene herido el orgullo.

Aparte de los pueblos, las últimas décadas han significado la debilitación de otro de los símbolos del Alto Aragón: su lengua. “Lenguas muertas hay pocas. El aragonés es una lengua documentada y que se conoce perfectamente. En ese sentido tú puedes coger una obra de teatro de la antigua Grecia o romana y representarla hoy en día. Aunque el aragonés se dejara de hablar algún día, no sería una lengua muerta”. Explica que la debilitación se debe a varios factores y que es complejo: “tiene que ver con el empuje de la sociedad actual, que ha ido marginando todas las lenguas minoritarias a favor del castellano. También por el complejo que ha tenido la gente de que eso es ‘hablar mal’ una cosa que han favorecido las escuelas, los maestros e incluso las mismas familias. La idea se extendió que el castellano era ‘hablar bien’ y el aragonés ‘hablar mal’”.
El filólogo Francho Nagore Laín, que ha estudiado la gramática del aragonés, ya describía en los años ‘70 como se decía en el Valle de Tena que Panticosa era el pueblo “donde peor se hablaba” y que incluso los habitantes del pueblo se referían así a la lengua. Algunos se negaban a ser entrevistados porque les daba vergüenza hablar su lengua con gente de fuera. El trabajo de Nagore ya destacó el aragonés panticuto como una variedad dialectal propia de la lengua aragonesa. Todo lo que ha escrito Ricardo en aragonés está en panticuto -idioma al que ha llegado a traducir el Nuevo Testamento (“Nuebo Testamén n’Aragonés”, 2013). A pesar de la publicación tardía, lo escribió en su juventud: “lo hice cuando estaba estudiando en Salamanca, tenía veintitrés años y tenía mucho tiempo libre. Es una cosa anecdótica, folclórica y hasta decorativa. De momento no lo he utilizado para la liturgia, pero no pasaría nada: alguna vez ya hemos hecho alguna boda, alguna misa o algún bautizo en aragonés, pero la gente de aquí, del país, no lo pide”.

En 2014 publicó otra valiosa contribución: el “Diccionario Panticuto” (Sabiñánigo, 2014). En  él, recoge más de 600 palabras, expresiones y dichos propios de Panticosa. “Son apuntes que tenía yo de hace tiempo. Son cosas que me iba apuntando y que un día dijimos ‘¿esto por qué no lo publicamos?’, y así salió”. Aparte de las palabras y las frases hechas, el diccionario recoge la Pastorada, un dance local propio del Aragón del siglo XVII. En los últimos años se ha vuelto a incluir la Pastorada en las fiestas locales: “el aragonés se está recuperando o, por lo menos, no se pierde y en el ayuntamiento se está empezando a promover”.

La iglesia del Salvador está al final de la cuesta. Tras un tímido aplauso a los tambores, empieza la misa. Ricardo habla rápido y recuerda que hay una segunda ceremonia esa tarde. La misa va suave, gracias en parte al intenso trabajo de un grupo de jóvenes monaguillos que están corriendo intensamente de un lado al otro del altar. La iglesia tiene un ábside original del siglo XII y unas construcciones posteriores del siglo XVI. Sin embargo, el interior moderno recuerda que se tuvo que reconstruir de forma prácticamente total tras su destrucción en la batalla de Sabiñánigo, durante la guerra civil.

“La política lo enturbia todo” continúa Ricardo, hablando del uso político del aragonés. “El aragonés lo han utilizado determinadas fuerzas políticas y otras lo han anulado y eso no puede ser: tendría que ser patrimonio de todos. El problema es que, si lo coge un solo partido es acción-reacción, si uno está a favor el otro a está en contra. Uno gana las elecciones y lo pone, otro las gana y lo quita”.

Él no puede involucrarse en política, y se enorgullece de ello: “yo tengo que estar con todos. Tengo mi voto, que es uno concreto, meditado y que nunca sabrá nadie, pero a mí nunca me ha costado distanciarme de esto. Me gusta sentir que puedo tomar un café con la candidata del PSOE o el candidato del PAR o quien sea. Soy como un policía o un médico en ese sentido, mi deber es, como digo, estar con todos”.


Susín, Sobrepuerto. Altoaragón. 


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