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Adiós 35

En otoño de 2015, me compré la cámara que sigo usando hoy en día. Para aprender a usarla, me apunté a un curso de dos horas por semana a lo largo de 4 o 5 meses. Hice miles de millones de fotos, las primeras en Cork, que es donde viví ese año.

Ahora se me hace raro de pensar, pero las primeras fotos que hice eran en la calle. Normalmente eran domingos resacosos y lluviosos en los que daba paseos de tres o cuatro horas por la ciudad. Me daba -y me sigue dando- mucha vergüenza hacerles fotos a desconocidos, así que las fotos eran literalmente de la calle. Aceras mojadas, edificios abandonados y tráfico en movimiento. Henri Cartier-Bresson tiene una frase muy mítica: "Tus primeras 10,000 fotos son tus peores". Y no le faltaba razón. Es más, en el mundo digital podríamos multiplicar ese número por cuatro.

Y sí, salvo alguna excepción, las fotos de esa época no son gran cosa. Pero me hacía una ilusión del copón. Ese año me veía una película al día como norma, por eso cuando salía a la calle siempre me imaginaba haciendo planos de cine. Sinceramente, los resultados nunca eran muy convincentes y al tiempo entendí por qué: el plano estaba genial, pero faltaba el sujeto. Generalmente, tienes algo a lo que le haces la foto y un 'fondo' que la completa. Esto eran fotos del fondo, pero sin el 'algo'.

En marzo de 2016, cumplí 19 años. Me estaba frustrando con lo mal que rendía la cámara con poca luz, así que invertí en mi primer objetivo. El recientemente difunto 35 mm, con una apertura máxima de hasta 1.8. A pesar de ser muy barato, me quedé flipando con el salto de calidad. Y sin entrar en detalles técnicos, hay que entender la importancia del '1.8'. Esto significa dos cosas: la primera, que el objetivo deja entrar mucha luz, así que puedes hacer fotos en condiciones más oscuras. La segunda es que tiene mucha profundidad de campo. Es decir, que la diferencia entre la parte enfocada (normalmente el sujeto) y la parte desenfocada (normalmente el fondo) es muy pronunciada.

A partir de ahí, empecé a espabilar mucho más con la cuestión de los sujetos. Las fotos ya no eran solo fondos, sino que también tenían algo. Pero en muchos sentidos, estaba tapando el agujero con una tirita. Aprovechando lo bueno que era el objetivo, cualquier cosa podía ser un sujeto: ramas, montañas, hojas o farolas. Pero que cualquier cosa pueda ser un sujeto no significa que sea un sujeto bueno.

De vuelta en Panticosa, me aficioné a hacer fotos en la montaña. De nuevo, el domingo resacoso era mi momento favorito. Claro que, en vez de calles, ahora lo que tenía a mi disposición eran caminos.
Pero seguía sin entender -y sin querer entender- cómo hacer fotos a la gente. Por eso, cuando en septiembre me mudé a Barcelona, abandoné la fotografía casi por completo. No sabía cómo adaptarme a mis nuevas circunstancias, así que no me molesté en intentarlo. Las fotos que hacía se limitaron a momentos solitarios en el monte cuando volvía a Panticosa. Esto tiene una parte buena y una parte mala.

La parte buena es que me veía representado por las fotos. Más allá de que fueran buenas o no, sentía que tenían un poco de estilo propio. Las fotos eran muy solitarias y se componían buscando un sujeto que nunca era evidente a primera vista.

La parte mala es que me limité y dejé de querer aprender. Esto era ridículo porque llevaba muy poco tiempo en mi camino. Me puse cabezón y me encerré con mis ideas cuando apenas acababa de empezar. Además, como me gustaban las 4 fotos que hacía al año, decidí que solo quería ser un aficionado y que nunca iba a aspirar a nada más. Jamás caí en que era una habilidad estrechamente ligada a mi carrera, que no se me daba mal y que algún día incluso podría hacer algún trabajo relacionado. Para mí, era solo una cuestión terapéutica y una excusa para salir al monte.

En 2019, casi cuatro años después de empezar a hacer fotos, se juntaron varias cosas.
La asignatura de fotoperiodismo en la universidad me obligó a hacer ejercicios y salir de mi zona de confort con cuestiones técnicas. Me había acostumbrado a una forma muy concreta de hacer fotos: me quedaba en el modo de prioridad de apertura, solo tenía mi objetivo de 35 y casi siempre componía buscando capas en el paisaje. A partir de ahí, empecé un proceso de reinvención técnica que todavía sigue en marcha y me ha abierto muchísimas puertas. El proyecto final de la asignatura fue un fotorreportaje en una rave donde tuve que pelearme a muerte con mi vergüenza para hacer fotos a desconocidos.

Aparte de eso, hice en grupo el proyecto de documental de Aqueras Montañas, que fue un proceso de reconexión muy importante. Al fin y al cabo, había empezado con las fotos porque me gustaban los planos de cine.

Finalmente, en junio de ese año pasó algo muy importante: me llamó mi amigo Genís para ayudarle a cubrir un festival de punk -el Kalikenyo en Juneda. Fue la primera vez que cubrí un evento y absolutamente todas las fotos implicaban a gente desconocida. Por primera vez en mi vida, hice más de mil fotos en un solo fin de semana. En 48 horas hice más fotos de las que había hecho en los tres años anteriores y aprendí considerablemente más de lo que había hecho en ese tiempo.
Estaba más motivado que nunca.

Lamentablemente, y como mucha gente, me di un hostión bastante fuerte con la pandemia. Durante el tiempo que estuve en Panticosa después de la carrera, seguía algo motivado. Escalar y la vuelta al monte fueron incentivos increíbles. Pero mi autoestima estaba tocada y me volví a encerrar en la zona de confort. Cuando me mudé a Zaragoza, me volví a olvidar de hacer fotos y las dinámicas empezaron a repetirse. Gran parte de la razón por la que me fui a Sudamérica fue el incentivo fotográfico. Y joder, ha funcionado. Pero no porque hacer fotos allí fuera mas fácil. Al revés, me ha costado muchísimo. Pero por eso ha merecido la pena. Nunca he conseguido hacerle una foto buena a un sarrio, pero después de hacerle un par a los cocodrilos tengo que decir que lo quiero volver a intentar.

Ahora más que nunca, estoy empezando a entender que todo esto es un proceso de aprendizaje y que aprender y disfrutar van de la mano. Quiero empezar a quitarme los límites de la cabeza, porque sé que están afectando a las fotos que esperan.

Esta semana he perdido mi querido objetivo de 35. En un momento de torpeza, me lo dejé en el monte. Una cadena de circunstancias hizo que no me diera cuenta hasta dos días más tarde, cuando cayó la tormenta del año. El momento tampoco acompañaba, porque estaba bastante motivado con la Trail. Estábamos apuntados como voluntarios y tenía muchas ganas de sacar la cámara y probar algo nuevo. Sinceramente, hubo un rato (corto) en el que me puse de muy mala hostia conmigo mismo. 

Sin embargo, ahora siento que estoy gestionando las cosas mejor. Es una putada, sí. Pero es parte del proceso. No estoy muy contento con mis fotos del fin de semana, eso está claro. Las tuve que hacer con un objetivo malo y que solo tiene enfoque manual. Pero hay que ver lo positivo: el ejercicio de trabajar con un objetivo sin enfoque automático también es interesante. Sobre todo si es una carrera y los sujetos se te escapan. Todo es una prueba y todo es un ejercicio, las putadas también son aprendizaje. Cada paso cuenta -y últimamente estoy andando muchísimo.



Aquí unas fotos, empezando por la primera y terminando con la última, hechas con el difunto objetivo de 35. 


Charcos en Cork. La foto con la que estrené el objetivo en 2016, tres días después de mi cumple. 


Unas semanas más tarde, hice esta foto en un hostal en Galway. 


Del día siguiente, también cerca de Galway. 


Una de las primeras fotos que hice con objetivo y cámara en Panticosa. Una vaca de camino al mirador de Santa María en invierno de 2016. 


Desde el mirador que hay encima de Argualas ese verano.


Evaristo en el Kalikenyo en un conciertazo de Gatillazo. 


El otoño de 2020 congeló
 temprano. 


Y el invierno hizo frío también.






Desde Bujaruelo en marzo de 2022.









Estas dos son anteriores, del mencionado otoño frío de 2020.


Esta y la siguiente también. Apuramos el monte hasta con las primeras nevadas.


Eriste en los Brazatos. Con esta foto gané un concurso de fotografía, algo que nunca me hubiera esperado unos años antes. 


La Comuna 13, Medellín. 


Y así amanece en el balneario. Unos minutos después de hacer esta foto, cambié los objetivos y apoyé el 35 en algún sitio. Tras tres días de lluvias y unas horas de búsqueda, estoy empezando a aceptar que no lo voy a volver a ver. 


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