Si has vivido en España u otro país europeo toda tu vida y quieres encontrar un buen lugar para empezar en Latinoamérica, te recomiendo Buenos Aires.
Algo parecido a la comida italiana, una extraña afición por el fernet, posiblemente la mejor ternera del mundo y una cantidad descomunal de cine independiente que reflexiona sobre la vida de artistas envejecidos. Seamos realistas, es posible que no entiendas de qué trata la película, pero siempre encontrarás a un argentino dispuesto a explicártelo brevemente en tres horas.
Estamos acostumbrados a encontrarnos con uno o dos argentinos como máximo en nuestra vida diaria en España. Sin embargo, cuando estás en Argentina, te encuentras con muchos más. Puede parecer obvio desde lejos, pero imagínatelo de verdad: un país entero de personas obsesionadas con el fútbol, el mate, el rock independiente y expresando sus emociones moviendo las manos. Y si son porteños, es decir, de la capital, agrégales un orgullo que solo había visto antes en Bilbao.
Dicho todo esto, Buenos Aires es increíble, aunque las cosas comenzaron un poco complicadas.
Llegamos a Argentina desde Puerto Natales, en Chile. Después de unas horas de autobús y de cruzar una frontera congelada en medio de la nada, ya estábamos en el país de Messi y el Che Guevara. Nos llevó un tiempo llegar a nuestro destino en El Calafate. La carretera estaba rodeada de interminables colinas doradas que se estrechaban infinitamente en todas las direcciones. De vez en cuando, se podían vislumbrar grandes montañas nevadas en el fondo. Entre la carretera y las colinas había vallas muy sencillas que debían sumar decenas de miles de kilómetros. Una persona podría saltar la valla sin problema, pero las patas de los guanacos se quedaban enganchadas. El viaje y las vallas ofrecían la posibilidad de ver guanacos en todas sus fases de descomposición, desde aquellos que se habían quedado enganchados esa misma mañana hasta esqueletos que los cóndores habían limpiado para que brillaran blancos en un día soleado.
De repente, un lago y el pueblo. El Calafate es un destino relativamente popular para aquellos que se atreven a bajar hasta allí. La razón es que cerca se encuentra el famoso glaciar Perito Moreno, que aparece en algunos libros de texto de la ESO, y El Chaltén, que sale en innumerables documentales sobre alpinismo. Desafortunadamente, un aparatoso accidente presenciado por Bella y Lorenzo di Carlantonio me dejó tullido por un tiempo. Por ahora, me conformaré con el libro de texto y los documentales, pero espero poder visitar ambos lugares en persona algún día.
El mencionado accidente (si te gusta lo grotesco, pregúntame por privado) agravó una situación que ya era complicada por el dinero -concretamente, por su ausencia. Nos despedimos de Lorenzo, un amigo que conocimos en Medellín y que nos habíamos encontrado de nuevo en El Calafate por casualidad, y buscamos la forma de llegar a Buenos Aires. Cabe mencionar que hay casi 3000 kilómetros desde El Calafate hasta Buenos Aires, por lo que las opciones eran limitadas. Un avión enano del ejército y una escala en la improbable ciudad minera de Comodoro Rivadavia fueron los pasos a seguir para gastar lo mínimo posible.
Una vez en Buenos Aires, las cosas no fueron mucho más fáciles. Yo seguía lesionado y no podía caminar largas distancias. Además, por primera vez en todo el viaje, escaseaban los lugares donde quedarnos como voluntarios. Debido a nuestra situación económica, tuvimos que buscar los lugares más baratos, incluyendo zulos de 15 camas.
El Hostel Estoril fue la luz al final del túnel. Después de diez días muy difíciles, confirmamos un voluntariado en un hostel limpio y bonito, frente al Palacio Barolo y en la emblemática Avenida de Mayo.
A partir de ese momento, empecé a ver la ciudad con otros ojos. La gente suele visitar Buenos Aires en verano, pero me alegré de haber estado allí durante el otoño. El rojo de los árboles y el aire fresco le sientan muy bien a la ciudad, y lo aprecié especialmente cuando pude empezar a pasear.
El Estoril y nuestros compañeros nos trataron de lujo. Además, si cambias el dinero de manera inteligente, te das cuenta de que puedes comprar una pizza de pizzería y una botella de buen vino por unos 4€.
Un mes no es suficiente para aprovechar al máximo Buenos Aires. De hecho, probablemente no sería suficiente ni con un año. Es una ciudad con mucha vida, con un enfoque increíble en el arte y los espectáculos en vivo. La próxima vez que vaya, iré con un presupuesto un poco más amplio y sin lesiones, pero tengo claro que volveré. Disfrutar de un buffet de brasa libre, ver un Boca - River en el barrio de La Boca, ir al cine todas las semanas, enfrentarme a milanesas que podrían alimentar a una familia y pasear por una ciudad que parece haberse congelado en tiempos pasados son cosas que no olvidaré.
Por supuesto, también sé que Buenos Aires no representa toda la variedad cultural y geográfica que existe en este país, pero sé que tengo muchas cosas pendientes con el país de la plata, así que Argentina, nos volveremos a ver.
Por ahora, toca regresar; primero a Irlanda, luego a Panticosa. Descansar, reflexionar y planificar el siguiente paso. Seguimos adelante.
Con estas dos fotos, 4 aviones y cinco aeropuertos, me despedí finalmente de Latinoamérica.
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